martes, 18 de septiembre de 2012

La literatura y el box: Hemingway



Aparentemente, escritores y boxeadores tienen poca relación, viviendo en realidades tan dispares como la literatura y el boxeo, pero quizás la pasión de Ernest Hemingway por el noble arte del ring pueda demostrar que boxeo y literatura tienen más en común de lo que imaginamos.

Hemingway disfrutaba practicando boxeo, pero: ¿qué tienen que ver los directos de derecha, los ganchos de izquierda y los crochets, con la creación literaria, con el arte de escribir? Parece ser que bastante.

El hecho es que, Ernest Hemingway, probablemente el novelista más influyente de la literatura norteamericana del siglo XX, era además un enamorado de la “dulce ciencia”, como puede verse en sus obras.

En su novela “París era una fiesta”, memorias de sus vivencias en el París de los años 20, menciona cómo enseñaba a Ezra Pound, uno de los muchos autores norteamericanos expatriado en París, a boxear, con dudoso éxito:

-“Nunca fui capaz de enseñarle (a Pound) como lanzar un gancho de izquierda y lo de enseñarle a recoger la derecha fue algo que di por imposible,“ -escribió.

En “Hombres sin mujeres”, Hemingway cuenta la historia de un envejecido campeón que se enfrenta en combate a un desafiante púgil más joven.

Se nota la facilidad con la que se desenvuelve al escribir sobre el tema, debido a sus conocimientos de primera mano como practicante de este deporte:

“La campana sonó y Jack salió de su esquina al instante. Walcott se dirigió a él y se saludaron golpeando sus guantes y, tan pronto como Walcott dejó caer sus manos, Jack le lanzó un par de izquierdas directas a la cara.”

Hemingway creó también, en “El batallador” -dentro de una colección de historias cortas publicadas bajo el título “En nuestro tiempo”-, la estampa de un personaje entrañable, un campeón de boxeo que, después de ser derrotado en el ring y de ser abandonado por su mujer, sobrelleva su amarga existencia entre la demencia y el vagabundeo.

Digamos que Hemingway, como la mayoría de los escritores norteamericanos, acostumbrados a ver el boxeo como un deporte de espectáculo, desde la óptica del “sueño americano”, con campeones o perdedores, fomentó la imagen que nos ha llegado a través de la iconografía cultural estadounidense del boxeador como un antihéroe del pueblo; personajes nobles y bienintencionados pero que siempre salen derrotados en el ring y en la vida, después de haber rozado la gloria con la punta de los guantes.

Considerando el tipo de prosa de Hemingway –directa y sin exceso de adjetivos- podría averiguarse qué boxeadores serían sus favoritos si viviera hoy día. Gustaría de boxeadores que practicaran un boxeo calculado, como si se tratase de la práctica del toreo o la caza, dos de sus otras pasiones; un boxeo en el cual cada movimiento tuviera un propósito determinado, sin lanzar golpes al aire, estudiado para alcanzar al oponente en cada ataque.

Floyd Mayweather Jr. y Roy Jones Jr., encajarían en este tipo de boxeadores. Ninguno de los dos malgasta un golpe y los dos se toman su tiempo para preparar el ataque a sus oponentes. Mientras el observador inexperto pensaría que Mayweather es pusilánime o excesivamente defensivo, Hemingway adivinaría que se comporta como el matador—evasivo y grácil, pero al final victorioso y capaz de culminar la faena.

¿Y qué si su boxeo parece más entrenamiento de sombra que otra cosa? Si el matador está lo suficientemente cerca para hundir su acero en el morlaco, también está lo suficientemente cerca para ser corneado. Así, si Mayweather se coloca cerca de su contrario para golpearlo, también está lo bastante cerca para ser golpeado él mismo.

Ese es el tipo de boxeo que Hemingway adoraba, nada extraño para este escritor que vivió siempre al lado del peligro constante, desde la primera guerra mundial –en la que participó como conductor de ambulancias, porque no fue admitido en el ejercito por una lesión ocular provocada por la práctica del boxeo-, hasta sus trabajos como corresponsal de guerra o sus aventuras como cazador en África.

“Mi escritura no es nada,” decía Hemingway. “El boxeo lo es todo.” Más de una vez se enzarzó en improvisados combates con críticos literarios que le eran hostiles –una vez, incluso, en la oficina de su editor en Nueva York- o con otros autores consagrados como John Dos Passos y Ezra Pound –aunque pensara que éste último era un desastre como boxeador-.

Siempre se relacionó con boxeadores. Era normal que, para sus fiestas, contratara a chicos del gimnasio para que amenizaran las veladas a sus invitados con algo de “guantes”.

Y no es el único caso de escritores apasionados de este deporte, en España tenemos a Ray Loriga, del que hablaremos en un futuro en esta sección. Así que, cuando se nos hable mal del boxeo, cuando se nos relacione con brutos sin cerebro, antes de lanzar un directo a la mandíbula del ignorante, preguntadle cuántos premios Nobel en literatura ha habido aficionados a deportes más “suaves”.

A continuación, como curiosidad, veremos la rutina de entrenamiento del escritor:

1. Sombra con peso. Empezando con suaves y controlados golpes: seis al imaginario cuerpo del contrario, seis a la cabeza y repetir durante 30 segundos. Más tarde se pueden añadir otras combinaciones de golpes. Luego hacemos sombra en movimiento, dando golpes en largo, fintando y ballesteando para evitar contragolpes.

2. Comba en asaltos de 30 segundos para ir aumentando el esfuerzo progresivamente hasta alcanzar un 85% de la velocidad posible y mantenerla durante medio minuto.

3. 30 segundos de flexiones en suelo.

4. Ejercicios para fortalecer la espalda y los abdominales. Boca abajo una primera serie, levantando la parte superior del cuerpo. La segunda serie levantando las rodillas del suelo, mientras se mantiene la parte superior sobre el suelo.

5. Algo de pesas. Empezando con pesas de 2 kg, hacemos bíceps durante 30 segundos; después alzamos las pesas sobre los hombros otros 30 segundos, para combinar los dos ejercicios otros 30 segundos. Así, durante 4 minutos. El siguiente día trabajaremos las piernas, como unas sentadillas con pesos en las manos.

6. Repetir la rutina.

7. Aumentar los pesos gradualmente, y el tiempo en intervalos de 5 segundo cada semana, hasta alcanzar los resultados deseados. Como ejercicio aeróbico es conveniente practicar velocidad, sprints, subir escaleras o pendientes, más que largas sesiones de carrera de fondo.
Por supuesto, todo esto debería realizarse bajo la supervisión de un entrenador, que vea los vicios y errores para corregirlos; si no, se tiende a desarrollar malos hábitos.

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